Cinema del Diable asiste a la Mostra de cinema de la Mediterrànea i el Llevant dentro de la 12a Mostra de Cinema Internacional del Cinebaix
Desde la propia selección del programa, desde la primera película… nos percatamos de la importancia y el buen trabajo realizado por el Cinebaix de Sant Feliu, en su propuesta por acercar al Baix Llobregat un cine que a gritos desesperados pide ser calificado de urgente.
La película escogida para abrir la 12ª edició de la Mostra, Cafarnáum (2018), de la libanesa Nadine Labaki ─premio del jurado en el último festival de Cannes─, sirvió como presentación perfecta de las líneas temáticas que iban a desplegarse durante los siguientes 9 días, a lo largo 28 películas de 15 países distintos, desde la costa Norte del África más occidental hasta lo más profundo del Levante Mediterráneo:
la
insoluble situación de quien es allí mujer, niño, opositor o migrante (inmigrante o emigrante); los
esquizofrénicos vaivenes arcaizantes-progresistas de unos países constantemente
atrapados en una búsqueda o refundación de su identidad, después de décadas de
colonialismo; el desencanto subsiguiente al furor desatado por las ─bautizadas
siempre por otros─ primaveras árabes,
el estancamiento de estas revoluciones en la Túnez que las inició (Tunisia:
Justice in Transition [2018]), su completo fracaso en el Egipto
burocráticamente militarizado de Al-Sisi (We have never been kids [2015], Yomeddine [2018]), el hundimiento de la
Libia post-Gadafi (la propia Cafarnáum), los dudosos avances sociales en una Argelia
eternamente resacosa de su guerra civil (The Blessed [2017]), el apartheid que asola el territorio palestino
(The
Reports on Sarah and Saleem [2018]) el infierno, en fin, que día a día
se vive en Siria…
En
el pasado festival de Cannes, algunos criticaron que la película Cafarnáum
basaba su efectividad en una excesiva «pornografía de la miseria», que su guion era claramente tremendista. Su uso de la música, el
cierre de la historia, quizá una puesta en escena demasiado cruda… podrían
hacer que en un principio diéramos la razón a tales críticos. Sin embargo, la
ventaja de asistir a una Mostra como la organizada por el CineBaix ─aderezada,
además, con presentaciones de libros, conferencias de escritores y activistas
(como Míriam Hatibi, María Rosa de Madariaga, Salah Jamal...) y realizadores que nos
explican sus películas (Marc Almodóvar,
Alba Sotorra…)─ es la de lograr
componer una panorámica, hilvanar un relato, sirviéndose de una disposición de películas
en serie. Así, conforme avanzaba la Mostra, las películas iban reescribiéndose
en el recuerdo del espectador, ganando en complejidad, ganando en capas, en
lecturas, al entrar en contacto o directamente chocar unas con otras. Con el
paso de los días, la película elegida para abrir la Mostra se revelará como un
triunfo a varios niveles, y no podemos más que alabar un guion que hace decir a
un tratante de personas, dirigiéndose al niño protagonista:
«¿No
tienes algo que pruebe tu identidad? Hasta un bote de Ketchup tiene
escrito su origen, cuando se fabricó, su fecha de caducidad…»
En una frase se consigue explicitar cómo
la burocracia árabe ─y como representación de esta, la del mundo entero─
consigue contemporáneamente reducir la identidad del sujeto a su mera trazabilidad.
Al ir desfilando el resto de los filmes, la miseria que muestra la película no
la recordaremos ni como exagerada, ni como demagógica, pues una Mostra de este tipo nos permite
contextualizar, repensar las películas, que una tras otra consigan reescribirse
en el recuerdo. El último día la
película de Nadine Lakabi se nos aparece como un ejercicio de puro realismo, casi de medida tibieza,
comparada con otras películas que tuvimos la oportunidad de ver, como las que muestran
la peor cara de la guerra. En retrospectiva, no es de extrañar que los
espectadores hayan coincidido con el jurado de Cannes, y hayan otorgado el Premi del Públic de La Mostra 2018 a
esta película.
El Premio del Jurado Joven ─nuevo este año─ fue para la película marroquí Razzia (2017), quizá una de las más
flojas de la Mostra. Una película con poco discurso, en la que transitan unos
protagonistas algo contingentes, conducida por un flashback de efectividad
discutible, que a pesar de sus defectos consigue en un bienintencionado
esfuerzo componer un fresco sobre lo que significa hacerse joven, vivir la
juventud, o salir de ella, siendo clase media en Casablanca.
Tres películas de la Mostra merecen unas
palabras:
La catalana Alba Sotorra presentó en la Mostra su nuevo documental: Comandante Arian, una historia de
mujeres, guerra y libertad (2018). Después de explorar la percepción de
la guerra desde el punto de vista de un joven español en la fantástica Game Over (2014) ─premio Gaudí
al mejor documental─, Sotorra viaja al Kurdistán iraquí para mostrar la heroica
lucha de un batallón de mujeres contra el Daésh. El documental centra su
primera parte en la figura de la comandante Arian durante las operaciones
militares que permitieron liberar Kobane, para, a continuación, dar un salto
temporal, en el que acompañaremos a la comandante en la recuperación de sus
heridas, de cinco balazos, en un hospital alejado del frente.
Sotorra
cede todo el protagonismo a las mujeres soldado y a su comandante sin
inmiscuirse en la narración, captando sus disertaciones mientras cenan, preparan
una operación o descansan. Se discute elocuentemente lo que significa ser a la
vez mujer, soldado, árabe y feminista… sobre lo que les deparará el futuro, a
ellas, a su tierra y a su familia… en ocasiones de alguna se apodera la
melancolía, contagiando a todas la añoranza por su modo de vida anterior. Como
declaró Sotorra en el debate posterior, su intención siempre fue «dejar hablar a sus protagonistas», y
aquí esto se consigue. Acierta el documental en su enfoque y en su duración,
testimonio también de una forma comprometida, muchas veces peligrosa, de hacer
cine. Un modo de filmar que, frecuentemente y de manera dramática, acaba inscribiéndose también en la biografía
de la propia autora, la cual dedica el documental a una compañera asesinada por
los indiscriminados bombardeos turcos. Cine que rebasa fronteras, importante,
de aquel que tanto falta en nuestro país.
Beauty
and the Dogs (2017),
de la directora tunecina Kaouther Ben
Hania, constituye un logro impresionante. En solo nueve planos
─coreografiados en estado de gracia─ consigue trasmitir la angustia y lo brutal
de haber sido víctima de una violación en Túnez, para más inri, por parte de la
policía. La cinegenia de la actriz protagonista ─Neder Ghouati─, es incontestable, gran parte del calado emocional
que consigue la cinta es gracias a ella. Otro tanto es responsabilidad de la
directora, quien coordina unos hábiles movimientos de cámara teniendo total
consciencia de cuando debe esta alejarse (o dejar que los personajes se alejen)
para presentar un plano general desolador, o, por el contrario, cuando debe la
cámara acercarse, para mostrar un rostro de mujer destrozado y desarmante.
El guion (de la propia directora), incardinado en los espacios que recorre ─atentos a como la chica recupera el móvil─, puede pasar por uno de los mejores del año, un ejemplo de cómo presentar, dosificar y reservar la información, haciendo gala de unas elipsis sutilísimas. El año pasado, Amnistía Internacional premiaba la cinta «por la precisión con la que aborda el acoso y el proceso de culpabilización que sufre una mujer que quiere denunciar una violación».
El guion (de la propia directora), incardinado en los espacios que recorre ─atentos a como la chica recupera el móvil─, puede pasar por uno de los mejores del año, un ejemplo de cómo presentar, dosificar y reservar la información, haciendo gala de unas elipsis sutilísimas. El año pasado, Amnistía Internacional premiaba la cinta «por la precisión con la que aborda el acoso y el proceso de culpabilización que sufre una mujer que quiere denunciar una violación».
Si Beauty and the Dogs representa un importante logro para una
directora camino a consolidarse, por su parte Tres caras (2018), de Jafar
Panahi, representa la sempiterna madurez de un director que está llamado a
ser considerado en el futuro como uno de los directores más importantes de la
historia del cine. Desde Offside
(2006), el iraní mantiene una incansable lucha contra las autoridades de su
país. En 2010 pasó ochenta y ocho días en prisión, diez en huelga de hambre, hasta
que finalmente la presión internacional consiguió la excarcelación del
director. Sin embargo, no le es permitido salir del país y se le prohíbe so
pena de cárcel realizar películas.
Desde Esto no es una película (2011), Panahi ha demostrado ser lo suficientemente inteligente como para burlar a las autoridades que le prohíben filmar, aunque, también parece que, a raíz del triunfo de Taxi Teherán (2015) en el Festival de Berlín (Oso de Oro), las presiones del régimen contra su cine se han relajado un tanto. En cualquier caso, el celuloide de Tres caras sigue traspirando clandestinidad, rebeldía, preocupación por la situación de la mujer en Irán ─una constante de toda la filmografía de Panahi─, veneración y respeto por el maestro Kiarostami ─el viaje en coche de Y la vida continúa… (1992)─, y es que es admirable la actitud retraída de Panahi como actor-director accidental de su propio cine: sólo aparece en pantalla para propiciar el encuentro solidario entre tres mujeres ─actriz, actriz retirada y aspirante a actriz─, en un pueblo rural cualquiera de Irán preso de sus propias creencias, de su hospitalidad subyugante. De las cuatro últimas no-películas de Panahi esta es lo más parecido a una. El irónico premio del Festival de Cannes a mejor guion ─para una película que pretende no ser una─ y el hecho de que el propio film cuente con la famosa actriz Behnaz Jafari, testimonian la evolución y el nivel de perfección formal que consigue facturar el iraní a pesar de su situación y las trabas a las que ve sometido su cine. En parecidas circunstancias se encuentra el también iraní Mohammad Rasoulof ─causa judicial abierta, no se le permite estrenar en su país, salir de él…─, de quien pudimos ver Lerd (A man of integrity) (2017), película que lamentablemente palidece en comparación con la de Panahi. El director de Tres caras vuelve a afirmarse como alguien incapaz de entregar una sola película que no sea una obra maestra.
Desde Esto no es una película (2011), Panahi ha demostrado ser lo suficientemente inteligente como para burlar a las autoridades que le prohíben filmar, aunque, también parece que, a raíz del triunfo de Taxi Teherán (2015) en el Festival de Berlín (Oso de Oro), las presiones del régimen contra su cine se han relajado un tanto. En cualquier caso, el celuloide de Tres caras sigue traspirando clandestinidad, rebeldía, preocupación por la situación de la mujer en Irán ─una constante de toda la filmografía de Panahi─, veneración y respeto por el maestro Kiarostami ─el viaje en coche de Y la vida continúa… (1992)─, y es que es admirable la actitud retraída de Panahi como actor-director accidental de su propio cine: sólo aparece en pantalla para propiciar el encuentro solidario entre tres mujeres ─actriz, actriz retirada y aspirante a actriz─, en un pueblo rural cualquiera de Irán preso de sus propias creencias, de su hospitalidad subyugante. De las cuatro últimas no-películas de Panahi esta es lo más parecido a una. El irónico premio del Festival de Cannes a mejor guion ─para una película que pretende no ser una─ y el hecho de que el propio film cuente con la famosa actriz Behnaz Jafari, testimonian la evolución y el nivel de perfección formal que consigue facturar el iraní a pesar de su situación y las trabas a las que ve sometido su cine. En parecidas circunstancias se encuentra el también iraní Mohammad Rasoulof ─causa judicial abierta, no se le permite estrenar en su país, salir de él…─, de quien pudimos ver Lerd (A man of integrity) (2017), película que lamentablemente palidece en comparación con la de Panahi. El director de Tres caras vuelve a afirmarse como alguien incapaz de entregar una sola película que no sea una obra maestra.
En resumen, nuestra primera experiencia
con la Mostra del Cinebaix no pudo
ser más satisfactoria. Cogemos ideas para el Cineclub del Diable, resaltamos el
buen hacer de todo el personal del Cinebaix y les agradecemos que realicen este
tipo de ciclos. Destaca la buena selección, con películas cuidadosamente
escogidas de festivales tan consolidados como Cannes, San
Sebastián, Sundance o
el Festival de Cine Africano
de Tarifa y Tánger.
Aprovechamos para recomendar los siguientes ciclos que se realizarán
el CineBaix:
Mostra de cinema asiàtic – del 24 al 28
de Enero del 2019
Mostra de cinema llatinoamericà – del
28 de marzo al 1 de abril del 2019